Infertilidad. ¿Inseminación? ¿FIV/ICSI? ¿Donación de gametos? ¿Adopción? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar? ¿Podemos reconocer, y aceptar, nuestro propio límite? Cuando el desafío que vivimos las mujeres es «que no llegue la ‘Tía Colorada'», nos sumergimos en ciclos de duelo, aceptación y reelección en una ruta que se abre a la reflexión continua. Vamos recorriendo los mismos caminos y, tal vez, otros nuevos. Surge una pregunta que cargamos en nuestras espaldas que muchas veces no queremos tener en frente. Pero todos tenemos límites, y es bueno que así sea.

Escribo esta pregunta en mi teclado y hago una pausa. Las palabras aparecen con ritmo y fluidez en mi mente, pero mis manos por momentos quedan quietas. Es una pregunta sensible que nos lleva a reflexionar profundamente y a reconocer que existe un destino que no es precisamente al que estamos intentando llegar.

Quiero elegir las palabras y hacer una delicada redacción, porque llegar a esta pregunta pareciera como estar haciendo equilibrio en un precipicio: nos mantenemos estables y seguimos adelante o caemos.

Todos los que nos enfrentamos la infertilidad hemos estado en contacto con esta reflexión, que solemos negar, claro, ya que aceptar plenamente que pueda (no)ocurrir es doloroso. Al principio, y muy tangencialmente, esta idea aparece de mano de quién nos hace comentarios respecto a la adopción, “por algo será”, “tal vez no sea tu destino”. Negamos rotundamente pues tenemos una misión: lograr el embarazo que deseamos. Llegar a ese hijo que buscamos.

En ciertas situaciones, negar una posible realidad puede ser mucho mas frustrante que llevar una vida de intentar eternamente. Por eso es importante entender que todos tenemos un límite, porque no tenerlo tampoco es sano.

Veronica (45) y Leonardo (48) son una pareja que comenzaron a buscar un hijo a los 40 de ella. Tarde se dieron cuenta que la biología a esa edad materna juega en contra. Sortearon tratamientos con material genético propio y al no funcionar decidieron ir por la ovodonación. Del último tratamiento les quedaron embriones congelados y ella hace mas de un año que dice “vamos a ver qué hacemos”. En ese “entre tanto” decidieron tomar el camino de la paternidad a través de la adopción, ya con los cursos realizados les queda completar todo el trámite burocrático de “papel, papelito, formulario, documentos…” Siempre digo, ningún camino es más fácil que el otro. ¿Y los embriones? “Ahí, no sé que vamos a hacer”.

Su respuesta me llevó a repreguntar: si ya los tenés entonces solo es cuestión de hacer las transferencias, total ya han decidido y elegido otro camino que han comenzado, ¿qué te queda por perder?, “miedo y falta de ganas”. De preparar el endometrio y sus efectos, enfrentar la desvitrificación, transitar la betaespera, poner de sí y de su pareja. Todo esto último lo asumí yo.

Entendí entonces que la duda y “el freno de mano” desde hacía más de un año significaba un límite: “si bien sigo experimentando sentimientos relacionados a la infertilidad, como cuando veo una embarazada, todos se fueron mitigando… y para ser sincera, hay momentos en los que conscientemente me doy cuenta de que disfrutamos de estar solos”.

La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross en su libro “Sobre la muerte y los moribundos” fue una de las primeras en describir las etapas de duelo relacionadas a la muerte. En esta nota le daré el sentido hacia la infertilidad.

Enfrentar a la infertilidad nos hace atravesar estas etapas, algunas cíclicas que no configuran un proceso de duelo per se, sino un estadio de la vida de quienes buscamos un hijo.

Para dar un sentido, primero negamos la realidad (¿cuántos de nosotros nos hemos preguntado “no me puede estar pasando esto”?). En un claro mecanismo de defensa intentamos amortiguar el impacto de asumir que nuestros hijos no llegarán de la manera que siempre imaginamos. Darnos cuenta de que un nuevo mundo se nos abre en un presente incierto con los primeros diagnósticos, llega con el dolor.

Cuando comenzamos a asumir la realidad de encontrarnos (y sabernos) infértiles, la negación pasa a un segundo plano, y el dolor se transforma en ira. Este enojo, detalló la psiquiatra y escritora, puede estar dirigido a objetos inanimados, a extraños, a amigos o familiares. Desde el punto de vista racional, tenemos en claro que eso o esa persona no tiene culpa alguna sobre nuestro padecer, aunque emocionalmente nos afecta (de nuevo: embarazadas, personas que no demuestran empatía con lo que nos pasa, etc.) y que nos afecte nos da más culpa y más enojo.

Estas reacciones que nacen, también, desde la vulnerabilidad, vienen acompañados de la necesidad de tomar las riendas, el control. No sin antes replantearnos cosas como “¿qué hubiese pasado si empezábamos a buscar antes?, ¿por qué no me di cuenta antes de llegar hasta acá?” Y esperando no entrar en la depresión (o al menos intentando evitarla con todas las herramientas que tengamos a disposición) llegamos a la aceptación. Iniciamos los tratamientos, ponemos en marcha la búsqueda. Y el ciclo de negativos o cancelados y pérdidas harán haciendo de pivot hasta que el embarazo llegue.

¿Cuál es el límite, entonces, sino llega?

Con el avance de la ciencia, las investigaciones, la concientización de la edad reproductiva de la mujer, el desarrollo en técnicas y medios de cultivo en reproducción asistida; las tazas de embarazo en tratamientos van marcando una tendencia a la alza, gradual, claro está. Toda esta enorme configuración de profesionales y tecnologías que soportan los sistemas de reproducción asistida sin lugar a duda están dando frutos desde hace décadas. Motivos más que suficientes para seguir adelante con los sueños de ser padres cuando existe un pronóstico y su tratamiento. Adelante, siempre.

Pero después de años de búsqueda, de tratamientos sin éxito, reconocer que ya es suficiente, nos parece algo que jamás podríamos aceptar, porque significaría rendirse, abandonar los sueños, y dar por hecho que todo lo que hemos intentado hacer y todo lo que hemos puesto hasta aquí y hasta ahora, fue inútil y está perdido.

Nos parece que no somos fuertes, ni dignos, que no somos valientes. Que somos un fracaso porque “ya no damos más”.

Lo que hay que entender es que uno no es valiente por resistir lo inevitable. No se es mas fuerte ni resiliente negado el límite.

No debemos explicaciones a nadie más que a nosotros. Y puede que esto sea complicado de asumir, porque de alguna forma, enfrentar los prejuicios se configura en uno de los desafíos más duros en la infertilidad.

Aceptar el límite no traerá una felicidad inmediata, pero sí paz interna. Dejar de esperar, aceptar que hemos sufrido suficiente, que hemos dado todo de nosotros y hemos agotado nuestras últimas reservas, se transforma en el primer paso para vivir una vida que podemos construir plena y, con seguridad, feliz.

El mundo está cambiando, las sociedades evolucionando. Aún quedan mandatos que desterrar. Que si estamos o no en pareja, que si estamos o no casados (esta, por suerte, ya casi que no tiene peso), que si tenemos o no hijos, etc. En el medio de todo esto nuestros deseos individuales, la continua búsqueda de la felicidad, las frustraciones, los miedos y los límites.

Sintiéndonos orgullosos y satisfechos por haber hecho todo lo posible (e imposible) por lograr nuestros sueños, a veces, hay que reconocer que simplemente no se puede.

Finalmente lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es permitirnos sentir el dolor, cerrar una etapa y avanzar sin quedarnos dando vueltas en círculos eternamente, tomar un desvío para seguir adelante, porque hay una vida maravillosa y plena por construir.

 


En mi caso, si bien esta idea ronda por mi cabeza desde hace años, aún no llegué a estar cerca de mi límite. Y soy consciente de que esto es así porque aún estoy del lado favorable de las estadísticas de la edad reproductiva de la mujer. Cuando me preguntan, siempre contesto que seguiré intentando hasta la menopausia, pero no me la creo, existe un riesgo exponencial de la salud materna en los embarazos a edades avanzadas que no creo que quiera asumir (y confío que mis médicos tampoco).

Cierro esta nota queriendo saber qué opinás al respecto, si es que estás en tratamientos, si pensaste cual será tu límite o si en algún momento estuviste o estás llegando a él.

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